04 Jan
04Jan

El punto de partida que tenemos las personas para llegar a la felicidad es satisfacer nuestros deseos. La principal fuente de impulso para nuestras acciones es saciar nuestras “ganas de”.

Pasamos nuestra vida poniendo metas y al llegar a ellas ya estamos en busca de otras.

La insatisfacción es nuestra condena, no disfrutamos de lo alcanzado lo suficiente, dirigiendo nuestra mira hacia otro horizonte inmediato.

La conformación neurótica hace que una vez alcanzado el deseo el valor de este se debilite y abra paso al siguiente.
Las propuestas son muchas, la variedad infinita, por medios directos o virtuales, los seres se sacian, se empachan de deseos logrados, de alcanzar cosas que quieren y pueden comprar.

En cuanto a las parejas, todo parece carecer de valor. En otros tiempos donde la oferta era más acotada y las posibilidades menores, la gente mantenía lo logrado durante décadas, con esfuerzo y voluntad, soportando crisis y adversidades.

Esto conllevaba una suerte de sensación de haber logrado una cierta felicidad que perduraba en el tiempo.
Ahora, en cambio, todo es descartable, la novedad dura poco, igual que el encantamiento, ese es el momento de cambiar por otra cosa.

La felicidad resulta fugaz.

Si pensamos un instante, está puesta afuera. Por mucho tiempo la hemos depositado en el otro.

Él me hace feliz, mi hija me hace feliz, comprarme esta casa me hace muy feliz. Lo cual es innegable, son sin duda situaciones agradables que nos hacen sentir muy bien.

El problema es, que si ubicamos la felicidad en el otro, se la puede llevar en cualquier momento. Aquí empiezan los problemas. 

Entonces... ¿La felicidad es satisfacer mis deseos?

NO.

Necesitamos redefinir la palabra.

Felicidad es un estado de gracia y plenitud interior, alcanzarlo es nuestro objetivo.

Cuanto mayor sea el equilibrio, mayor el encanto.

Nadie nos da, nadie nos quita.

Nosotros NOS damos, consideramos y cuidamos, siempre, si no lo hacemos perdemos el estado de gracia, por consiguiente, el de felicidad.

Cuando desarrollamos y maduramos nuestro cuerpo emocional, trabajamos nuestra soledad, el desapego de lo material y la demanda de presencia del otro, mayor será entonces el estado de equilibrio.

Cuanto menos necesitamos del exterior, más llevamos nuestra mirada hacia adentro, allí comenzamos a sumergirnos en nuestra presencia misma, encontrando el para qué de nuestra existencia, de los acontecimientos.

Esto con el tiempo va a desarrollar nuestra parte espiritual, para descubrir que estamos inmersos en un universo lleno de sincronicidades, y al mismo tiempo, nuestra parte emocional desapegándose del otro, nos permite reconocer que no moriremos de amor o melancolía sino está.

Tenemos que ser nuestra mayor compañía, desarrollar habilidades creativas, manualidades, acciones solidarias, enriquecer nuestro interior con buena lectura, música, arte, estudiar, trabajar en actividades que nos agraden, meditar, conocernos, elegir, estar en contacto con la naturaleza, ser amorosos con los demás, orientando la mirada hacia nuestro interior.

Entonces, sobrevendrá un estado de paz, plenitud y felicidad.

Cuando se ejerce un acto de amor hacia otros, de ayuda de socorro, el alma se colma de haber recibido más de lo dado, sobreviene un estado de COMPLETUD.

* Extractado del Libro Los Hombres aman con la cabeza, las mujeres con el corazón.


Extractado del libro “Los hombres aman con la cabeza, las mujeres con el corazón”

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